martes, 26 de junio de 2018

La madre de unx y las madres de un síndrome de Peter Pan

Estos días estoy llegando a un nudo principal en mi configuración como individuo.

Hoy he llegado a una conclusión en sesión con mi terapeuta: he sustituido a mi madre, que murió en diciembre de 2016, por mi actual pareja, con la que tengo una relación en muchos aspectos similar.

Cuando en el año 1998 me cambié del colegio Mirabal al Liceo Sorolla y con ello gané horas de tiempo para mí, los invertía preferentemente con mis amigxs de la Fuente de la Salud.

Esto fue cambiando a medida que pasaron esos dos años en el Liceo Sorolla y empezaba a tener desencuentros con lxs pocxs amigxs que había hecho; tener amigos, algo para mí insólito hasta el año 98.

En el año 2000 me cambié con Tito, quien sería mi mejor y casi único amigo, hablando en serio, al instituto Gerardo Diego, el 1, de Pozuelo.

Si ya con 14 había empezado a fumar en un campamento, con 14 había dejado el club de natación por cambiarme del Mirabal y con 15 había dejado definitivamente la natación como extraescolar, a los 16 empecé a hacer amigxs en el instituto... quizás lo mejor de cada casa.

Los frencuentes desencuentros con mis amigxs más que con mis xadres hacían que pasara, sobre todo con mi madre, tardes enteras haciendo crucigramas o viendo Saber y Ganar, Pasapalabra, etc.

Recuerdo cuándo, tras haberse prejubilado mi padre por imposición de su empresa con amenaza de no hacerlo de relegarlo a una mesa sin quehacer, que pasaba prácticamente el día con mi madre.

Aquí entra la visión de hoy.

Mi madre se quejaba de que mi padre venía tarde a comer. Yo, que era un joven aún tímidamente adolescente, me hice la imagen de que mi madre era una persona indefensa que necesitaba de mi ayuda. Yo la ayudaría, ella me seguiría queriendo y, al loro, yo tendría un lugar en el mundo, lejos de la soledad.

Pero esa soledad nos persigue siempre, siempre trata de recordarnos que estamos solxs en el mundo.

Cualquier persona que lo piense un poco se dará cuenta entonces de que yo, pobrecito de mí, «que se metían con él ya desde pequeño y hasta los casi 20 años», realmente tengo la autoestima baja porque por propio interés (egoísmo) busco a alguien (que generalmente asume un papel de madre con respecto a mí) a quien ayudar en su vida a cambio de otra serie de cuestiones, puedan ser afecto íntimo, con o sin sexo; puedan ser planes de ocio; pueda ser trabajo.

Esta posición de madre o dama herida a la que procuro cuidados da forma a una relación de subordinación mutua:

- Si la «madre» se niega a contraprestar, unx se enfada con ella, muchas veces en gran medida, aunque generalmente, dado el tipo de relación, unx esconde ese odio por miedo a perderla y lo tapa obligándose en la relación con más ganas, más dinero o mayor tiempo invertido.
Esto, claro está, solo hace aumentar la (gran) bola de nieve,

- Si unx ceja en sus cotraprestaciones para con esa persona, esa persona, ya insertada en la dinámica, seguramente se quejará y eventualmente podrá llegar a odiar pero, como suele ocurrir, es probable que en la mayoría de los casos valore más conveniente aceptar las aparentes arbitrariedades en pos de que la relación continúe.

Es decir, en este caso se nos ha dado un Síndrome de Peter Pan con un síndrome de Wendy.

Pasado el tiempo es probable que los reproches mutuos sean de tal calado y magnitud que la relación se vaya desgajando a estallidos violentos, muy frustrantes para ambas partes. O, al menos, para una de ellas: generalmente el pequeño príncipe peterpaneante que aún a sus 30 y pico sigue temiendo perder a su madre.

En este caso la gracia es doble, porque unx perdió a su madre hace casi dos años y, sin haber pasado adecuadamente el luto, ahora está inserto en otro.

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