sábado, 7 de enero de 2017

Armarios de puertas abiertas

Hoy hemos deshecho gran parte de los armarios y nos hemos dado cuenta de lo que ya sabíamos. Más bien, hemos constatado lo que no queríamos asumir.

Los armarios estaban llenos de prendas fundamentamente tuyas que nunca te ponías. También había tareas que casi nunca querías hacer, como coser o arreglar pantalones o chaquetillas que se nos habían roto o que se habían machado de grasa.

Lo que más me ha chocado ha sido encontrar unos guantes míos, por coser, un poco rotos, de allá por 1998 o 1999.

Lo cierto es que a veces te dábamos trabajo con algo que podíamos hacer nosotros mismos. Otras veces, las más, nos olvidábamos de que no tenías por qué hacerlo, por qué hacerlo tú o, simplemente, se nos olvidaba que te lo habíamos pedido.

Armarios y armarios llenos de pedidos incómodos que tú no querías hacer, porque preferías pintar esos cuadros a pastel o salir a tomarte algo y festejar la vida, y que nostros tampoco vaciábamos, porque olvidábamos que estaban llenos o perdíamos el hilo de por qué estaban llenos.

Síndrome de diógenes del hogar como un come-come que no dejaba vivir bien, con aquella frase de mi padre de «Hay que pintar» y la contestación de mi madre de «Pues no veas cómo están los armarios» (cuánta razón tenía, ahora lo sabemos).

Quizás ese diógenes de la casa tuvo que ver en el diógenes que supone un cáncer, primero en la espalda y luego en el pulmón izquierdo.

Pero también es cierto que fue empezar los dosmiles y tener mi madre que ocuparse de mi abuela con su demencia senial, luego de mi tía con su EPOC y cáncer de pulmón, después de mi con mi enfermedad mental, entremedias de mi tío con su cáncer de páncreas...

La vida es un misterio, como ese armario que nunca habíamos abierto del todo.

Y un milagro. Un milagro que estaría bien aprovechar.

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