martes, 26 de febrero de 2019

La conexión de pago a la vida

Hace tiempo nos sabíamos las canciones de nuestros grupos queridos y las cantábamos, y las que no las cantábamos con la letra, que era y es descargable de forma gratuita.

Éramos libres con el relato que se narraba entre amigxs.

Sin embargo, siempre hubo algún grupo del que tuvimos uno o dos cassettes o discos y eso nos permitió sabernos mejor las canciones... pero llegó el tiempo en que el espacio escaseó o por lo que fuera decidimos deshacernos de esos volúmenes...

Éramos esclavxs de aquello que nos daba saber...

En los 90 empezó a popularizarse Internet y la chavalada nos volvimos locxs a bajar música... entonces la lucha entre culto y cementerio de nostalgias se trasladó a nuestras compus o a las de nuestrxs viejxs...

Volvíamos a ser esclavxs de lo que nos hacía recordar...

En los últimos años viene triunfando todo lo que suponga almacenar menos y tener acceso a más títulos; el afamado streaming con servicios freemium como Spotify, Google Music y Itunes; gratuitos con anuncios como Youtube y completamente de pago como Netflix, Movistar, HBO.

Ahora pagamos por la libertad de no tener anuncios, como reza un anuncio de Spotify.

Sin duda, nos hemos vuelto individualistas y nos hemos olvidado de que lo que de verdad construía nuestro relato no era (o no solo era) tener toda la discografía de Amaral para escucharla mientras corremos solxs en el gimnasio, sino las batallas colectivas cantando esas u otras canciones de farra haciendo botellón los viernes o los sábados o esperando para un concierto, para entrar a un garito un tanto posh o en el autobús o el metro de camino a la zona de marcha...

Definitivamente, se nos ha ido la olla si vamos a pasar por pagar por ser libres.
Ojo, es como asumir una culpabilidad de antemano y una obligación de demostrar nuestra inocencia por medio del trabajo, que es de donde sale el dinero para pagar estos servicios.

¿Realmente los necesitamos?

¿Realmente necesitamos pagar por ellos?

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