domingo, 28 de junio de 2020

Carta a un padre

Puede que nunca te hayas parado a pensar que soy una persona que ha sufrido mucho. Claro, no me ha faltado de nada... material. Sí me han faltado muchas otras cosas.

A lo largo de mi vida he dado muestras constantes de que algo no iba bien, con rabia, agresividad, cerrazón, simpatía por las malas compañías, excitabilidad...

Realmente, para una persona que tenga dos o cuatro dedos de frente, esto habrían constituido síntomas de un proceso de sufrimiento; esa persona habría sabido ver el problema de fondo, aceptarlo y ayudar a calmar y curar.

Por tu parte he recibido muchas muestras de... permisividad y posterior super-protección, rayando en lo enfermizo, para protegerme de mí mismo... como si fuera un enfermo al que hay que contener por su propio bien.

En realidad, esa manera de tratar el sufimiento, al no tratar de *curar* sino de *proteger* a mí de mí mismo y al entorno de mí mismo, lo que ha generado es la enfermedad clínica propiamente dicha.

Mi conflicto no ha estado en primer término con el colegio o con los amigos.

Mi conflicto ha estado y está situado en relación con la familia.

Si un niño de 8 años, claramente perdido, con las crisis propias de su edad y las de su inteligencia diferente, decide cambiarse de grupo de clase y pierde así a los amigos con los que convivía prácticamente todo el día desde los 3-4 años y empieza a experimentar inestabilidad emocional, lo razonable (incluso en sentimientos y emociones) es pensar que esa decisión ha tenido que ver. Lo que no es normal es aceptar el hecho como algo normal y, mucho menos, como algo que no tiene vuelta atrás.

Aún peor, si ese niño, con 12 años, claramente perdido, decide cambiarse de colegio, unos padres cabales se habrían planteado que algo no funciona y habrían tratado de ver más allá. Porque el hecho de que no actuárais en su momento me puso en riesgo gravemente, algo que un par de años más tarde empezó a germinar en forma de compañías poco recomendables como una manera de oposición a unos padres que no escuchaban más allá de las palabras.

Han pasado muchos años, he cometido muchos errores. Pero si de algo estoy seguro, es que me he pasado toda la vida sin saber explicarme y sin ser atendido realmente, más allá del «papá, cómprame esto» o «mamá, enséñame a cocinar» (por cierto, una de las mayores contribuciones, aunque tremendamente material, una vez más, a mi autonomía personal).

No sé. Sé que no elegimos a la familia y que la tendemos a preservar como estructura que nos fija un poco al mundo y nos da estabilidad. En mi caso, sin embargo, no es tanto así, ya que ni me fija mucho al mundo (un ser con los pies encolados al suelo y la cabeza en huída constante) ni me aporta estabilidad.

Desde que en el año 2003 empecé a plantearme empezar a cuidarme, mis intentos por seguir una dieta adecuada *para mí* (ojo, yo no se la impongo a nadie) los habéis mirado como muestras de esnobismo y, en cualquier caso, habéis aprovechado cualquier reunión familiar para ponerme en un aprieto.

Supongo que no os dais cuenta, pero además del sueño, de cuidarme de las amistades, y de otras cosas que entran en vuestro estándar de calidad de vida, hay otras cosas en las que no estamos de acuerdo y nunca lo estaremos. Me daña estar sentado, me dañan ciertos tipos de comida, me dañan ciertos tipos de actitudes... yo no pido que pensemos igual. Solo pido respesto.

Durante los años siguientes ocurrieron muchas cosas que viví como una tragedia aunque ahora veo que eran muy necesarias: romper con el grupillo del instituto, irme del Colectivo 1984... En aquella época, una vez más, hice *lo que sabía hacer*: huir de lo que quemaba y tratar de seguir adelante. Estaba en un momento de muchísima fragilidad y solo recibí algo de comprensión por parte de mi madre, que ahora está muerta.

La verdad es que podría decir que soy emocionalmente cada vez más estable a pesar de ti y a pesar de la familia tan tontita que me ha tocado vivir. Pero me da pena, porque desde mi infancia he estado buscando una familia fuera de mi familia y ahora que empiezo a tener unas amistades más genuinas, me voy dando cuenta de que el problema es mi familia, que no quiere entender.

Supongo que en todos estos años habéis acumulado el odio suficiente por esa persona que no comprendéis y que es vuestro hijo o vuestro hermano como para llegar a considerar que soy un monstruo al que hay que proteger de sí y proteger de los demás o bien tratar con cautela (que no con los cuidados ni el cariño de rigor) mientras no se ponga hecho un basilisco.

La verdad, tenéis una posición muy cómoda que consiste en no entrar a comprender y sí entrar a meter cizaña para ver si podéis hacer saltar al otro, como si fuera una lucha. Yo no una familia así. Así, yo no quiero una familia.

No tenemos que estar de acuerdo en nada.

Solo pido respeto.

Y que no me levantes la mano.

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