De anoche guardo sentimientos complejos.
Por un lado, la sensación de no haber sabido decir la mía a la hora de elegir lugar donde socializar. Acabamos en un local llamado Dwarf 54 que al parecer ponía música buenísima y altísima que a mi me daba arcadas y me dejaba anulado a la hora de socializar porque se me metía en el tímpano y no me soltaba.
Por otro lado, la idea que parece que aceptamos todas de que pasadas las 2.30 de la madrugada era preferible permanecer en este local, que no estaba «muy» lleno y que solo íbamos a encontrar colas. Me apuesto a que muchas pensábamos que el cambio en el gobierno de Madrid iba a cambiar también la noche madrileña en un sentido ideológico pero parece que no va a ser así. Un chasco, un encontronazo con la realidad.
Además, la constatación una vez más de que o bien no tenemos criterio, o bien somos masocas, o bien la gente es muy laxa en sus requisitos para socializar.
Si la música era un peñazo y no había forma de bailarla, si estaba tan alta que no se podía hablar sino a gritos y en grupos de dos-tres, haciendo cada vez más esduerzo...
Si todo esto ocurría, no entiendo cómo nuestra permanencia en aquel lugar, digámosle «no idóneo», pudo alargarse hasta casi las cinco de la madrugada. Entonces yo me fui, harto y decepcionado, harto de la música y decepcionado con la gente.
Es cierto, llovía, hacía frío, en todas partes amenazaban colas... Pero me niego a renunciar a la esperanza de que hubiera un lugar mejor. Y, si no, siempre se puede estar en casa de alguien.
La verdad, no lo entiendo, esa necesidad de socializar con los tímpanos al límite, hablando a gritos y bebiendo como cosacos...
Es como si nos hubiéramos vuelto imbéciles y nos gustara darnos cabezazos contra la pared.
¿Mentalidad gregaria? Ja, ¡menuda tribu!
Por un lado, la sensación de no haber sabido decir la mía a la hora de elegir lugar donde socializar. Acabamos en un local llamado Dwarf 54 que al parecer ponía música buenísima y altísima que a mi me daba arcadas y me dejaba anulado a la hora de socializar porque se me metía en el tímpano y no me soltaba.
Por otro lado, la idea que parece que aceptamos todas de que pasadas las 2.30 de la madrugada era preferible permanecer en este local, que no estaba «muy» lleno y que solo íbamos a encontrar colas. Me apuesto a que muchas pensábamos que el cambio en el gobierno de Madrid iba a cambiar también la noche madrileña en un sentido ideológico pero parece que no va a ser así. Un chasco, un encontronazo con la realidad.
Además, la constatación una vez más de que o bien no tenemos criterio, o bien somos masocas, o bien la gente es muy laxa en sus requisitos para socializar.
Si la música era un peñazo y no había forma de bailarla, si estaba tan alta que no se podía hablar sino a gritos y en grupos de dos-tres, haciendo cada vez más esduerzo...
Si todo esto ocurría, no entiendo cómo nuestra permanencia en aquel lugar, digámosle «no idóneo», pudo alargarse hasta casi las cinco de la madrugada. Entonces yo me fui, harto y decepcionado, harto de la música y decepcionado con la gente.
Es cierto, llovía, hacía frío, en todas partes amenazaban colas... Pero me niego a renunciar a la esperanza de que hubiera un lugar mejor. Y, si no, siempre se puede estar en casa de alguien.
La verdad, no lo entiendo, esa necesidad de socializar con los tímpanos al límite, hablando a gritos y bebiendo como cosacos...
Es como si nos hubiéramos vuelto imbéciles y nos gustara darnos cabezazos contra la pared.
¿Mentalidad gregaria? Ja, ¡menuda tribu!
No hay comentarios:
Publicar un comentario